La Primera Guerra Mundial había dejado una Alemania
derrotada política y económicamente, en un frustrado proceso por
implantar la democracia liberal que reemplazara anteriores monarquías.
Ello, unido al arraigo de su tradición militar y del nacionalismo
romántico según el cual el Estado era la encarnación del espíritu del
pueblo, así como ciertos hábitos autoritarios de la sociedad alemana,
constituía un excelente caldo de cultivo para cualquier
nacionalsocialismo, tan en boga en la época. Adolf
Hitler añadió con maestría el elemento del racismo para formar la mezcla
explosiva y paranoica que galvanizaría a toda una nación. Consiguió el
apoyo de un ejército herido en su honor; de los industriales enfrentados
a los sindicatos y al temor de la ideología marxista; de una frustrada
clase media y del proletariado «víctima de los sindicatos y de los
partidos políticos». Supo concitar en todos el odio a los judíos, como
elemento cohesionador, y proponerles la superioridad de la raza aria
como única válida para dominar el mundo. Adolf Hitler
Su obra Mein Kampf
(Mi lucha) se convirtió en evangelio de masas, sin ser tratado de
política, y en libro santo de la vida e ideas del jefe supremo, sin ser
ninguna confesión del autor, a pesar del título. Según lo expuesto en
él, la raza aria es superior por naturaleza; el Estado es la unidad de
«sangre y suelo»; el Fürher es la encarnación del Estado y por tanto del
pueblo... Nada nuevo. Pero sí el arma más eficaz para la más cruel
derrota del pueblo que la utilizó, el mayor genocidio de la historia y
la destrucción de Europa. Lazos de sangre La
búsqueda de unos antecedentes familiares que pudieran justificar el
desequilibrio de Hitler indujo a la construcción de diversas historias
acerca de sus orígenes. La oscuridad de los pocos datos reales y la
escasa fiabilidad de algunos de los vertidos por él en su libro Mein Kampf,
contribuyeron a suscitarlas. Así, se ha especulado sobre el posible
alcoholismo de su padre, sobre que éste murió confinado en un manicomio,
o que su madre fue una prostituta y tuvo un abuelo judío. Ninguna de
estas hipótesis ha podido probarse y sólo se puede afirmar con absoluta
certeza que Adolf Hitler nació el 20 de abril de 1889 en Braunau del
Inn, pueblo fronterizo de la Alta Austria, y que fue el tercer hijo de
un matrimonio formado por el inspector de aduanas Alois Hitler y su
tercera esposa, Klara Pólzl. Se supone que su abuelo
fue Johann-Georg Hiedler, molinero de la Baja Austria que en 1842 se
casó con una campesina, Maria Anna Schicklgruber, quien ya tenía un hijo
natural de cinco años, Alois, cuyo padre no era otro, al parecer, que
el propio Hiedler, aunque no le dio su apellido. Casi cuarenta años más
tarde, en 1876, Johann-Nepomuk Hiedler, hermano del anterior, se
presentó con Alois ante el párroco de Dóllersheim y le pidió que borrase
del registro la palabra «ilegítimo» y lo inscribiera como Alois Hiedler
por deseo expreso del padre. Johann-Georg llevaba veinte años enterrado
y su madre treinta, pero el cura accedió. Alois, al año siguiente de su
legitimación, cambió su apellido Hiedler, de origen checo, por el de
Hitler, de grafía similar a su fonética. Alois Hitler
había ingresado a los dieciocho años en el Servicio Imperial de Aduanas
y hasta 1895 trabajó como oficial en distintos pueblos de la frontera
austrobávara. Había contraído matrimonio con Anna Glass en 1864, mucho
mayor que él, que murió sin descendencia en 1883. Un mes después se
casaba con Franziska Matzelberger, quien ya le había dado un hijo,
Alois, y tres meses después de la boda le dio una hija, Angela, la única
con quien Adolf había de mantener relación durante toda su vida, y de
cuya hija Geli Raubal llegó a enamorarse. Esta segunda esposa fallecía
también poco más tarde de una tuberculosis. En enero de 1885 Alois se
casó con Klara Pólzl, en terceras nupcias. En mayo nacía Gustav. Tanto
éste como una hija nacida en 1887 murieron en su infancia. En 1889 nacía
Adolf y más tarde Paula. Adolf Hitler tenía seis
años cuando su padre se jubiló. La familia dejó entonces Passau, su
último destino, se mudó a Hafeld-am-Traun, luego a Lambach y por último
compraron una casa en Leonding, aldea en las afueras de Linz. Allí
pasaría Hitler su infancia y por ese motivo es considerada la «ciudad
natal del Führer» y por lo tanto centro de peregrinación nazi. Su padre
murió el 3 de enero de 1903 dejando una pensión a su viuda. Dos años
después su madre vendió la casa por diez mil coronas y se establecieron
en Linz. Un joven Hitler
En
el verano de 1905 Adolf concluye sus estudios por obligación, pues su
mediocre rendimiento en la Realschule le había valido la expulsión sin
conseguir título alguno. Cuando su madre murió, en 1907, se trasladó a
Viena con el dinero de la herencia. Dibujaba por afición y esperaba
convertirse en un pintor académico. Se inscribió para las pruebas de
acceso en la Academia de Artes Plásticas, pero fracasó en el examen de
ingreso. Al año siguiente reunió la mayor cantidad de sus dibujos y
volvió a la academia, pero la institución, tras observarlos, esta vez ni
siquiera lo admitió a examen. Fue entonces, a
finales del año 1908, cuando entró en contacto con el antisemitismo
mediante las teorías de Liebenfels. En ellas se vislumbra ya el germen
de su ideología posterior: Liebenfels llamaba Arioheroiker ('héroes arios') a la raza rubia de los señores y los enfrentaba a los seres inferiores, los Affingen
('simiescos'), para concluir que la necesidad de diezmar a estos
últimos era biológicamente justificada, pues acabaría con el engendro
del mestizaje. Durante todo el año siguiente Hitler
consumió cantidades de esos panfletos racistas. Ya entonces vivía
miserablemente, había agotado su herencia y no trabajaba; se alojaba en
una residencia para hombres indigentes y pasaba hambre en sus
vagabundeos por Viena. Además, no se presentó a los reiterados
llamamientos para cumplir el servicio militar y, a los veinticuatro años
-edad a la que cesaba la obligación de ingresar a filas-, cruzó la
frontera alemana, instalándose en Munich. El germen Las
autoridades austríacas averiguaron su paradero y le obligaron a
comparecer en su consulado en Munich y luego ante la comisión de
reclutamiento de Salzburgo. Allí, dado su débil estado físico, fue
declarado no apto e inútil para la milicia. El 16 de agosto de 1914 se
presentó como voluntario al ejército alemán: la Primera Guerra Mundial
había comenzado. Herido y gaseado en el frente, fue condecorado con
sendas cruces de hierro al mérito militar de segunda y de primera clase,
honor este último muy raro para un sargento, como él era. Hitler aclamado por la multitud
Según
testimonios, fue un soldado valiente y se ganó pronto la simpatía de
sus superiores gracias a su marcado antisemitismo. Fue nombrado oficial
de propaganda del Reichswehr, el ejército regular, y se dedicó a
predicar el ideal nacionalista y la lucha contra los bolcheviques entre
sus camaradas, dando numerosas conferencias. El 12 de septiembre de 1919
fue comisionado a asistir a una asamblea del incipiente Partido Obrero
Alemán (DAP) con el objeto de recabar información sobre dicha
asociación. Hitler intercambió impresiones con el presidente del DAP,
Anton Drexler, y todo habría terminado allí, quizá, si no hubiese
recibido poco después una tarjeta postal en que la dirección del partido
(entonces no contaba con más de cincuenta afiliados) le comunicaba su
ingreso en el mismo. En marzo del año siguiente
abandonó la milicia para dedicarse por entero a su actividad política;
fue entonces cuando el partido añadió a su denominación
Nacionalsocialista, convirtiéndose en el Nationalsozialistische Deutsche Arbei-terpartei
(de cuya abreviatura surgiría la palabra nazi), y Hitler se convirtió
en su jefe de propaganda. Como tal consiguió reclutar a personajes
destacados de la sociedad muniquesa, esencialmente nacionalistas y, en
menor medida, a trabajadores, cuyo número fue disminuyendo a medida que
el NSDAP se engrandecía, y él se hacía con la presidencia, tras eliminar
a Drexler. En noviembre de 1923, siguiendo el ejemplo de Mussolini en Italia, intentó un golpe de estado, conocido como el putsch
de 1923. Los dos cabecillas de la intentona, Hitler y Ludendorff,
fueron detenidos y juzgados; su fracaso le valió una condena de cinco
años de prisión, de los que sólo cumplió nueve meses debido a la presión
de sus camaradas. De esa estancia en la prisión de Landsberg surgió la
primera redacción de Mein Kampf, dictada a Rudolf Hess. Hitler y Ludendorff, protagonistas del putsch La
crisis económica de 1929 permitió al partido nazi un desarrollo más que
considerable. En 1932 se presentó a las elecciones presidenciales, y si
bien fue derrotado, obtuvo trece millones y medio de votos. En enero de
1933 ocupó la cancillería con el conservador Von Papen. Hitler disolvió
el parlamento, inició una campaña financiada por los magnates del Ruhr
(Von Thyssen, Otto Wolff, Voegeler) marcada por la violencia de las
Schutz Staffel, las SS, la policía militarizada del partido nazi, y el
incendio del Reichstag de Berlín, el 27 de febrero, hecho que utilizó en
su favor atribuyendo su autoría a la subversión comunista y que le dio
pie para instituir el estado de excepción. Fueron
los pasos necesarios para acabar con sus oponentes. Primero promulgó una
ley destinada vagamente a restablecer «el funcionamiento de carrera»,
pero que sirvió en realidad para depurar a los judíos y marxistas de los
servicios del Estado, y en general de todo aquel que ocupase un puesto
codiciado por los nuevos jefes nazis. Tras su primer encuentro con
Mussolini, el 14 de junio de 1934 en Venecia, Hitler y la jefatura del
nacionalsocialismo (Goebbels, Göring, Heydrich y Heinrich Himmler) se
deshicieron de su otrora apreciado Ernst Röhm y otros opositores al
régimen: Gregor Strasser, Schleicher, Kahr, a la cabeza de un centenar,
todos ejecutados a quemarropa en la que fuera llamada «Noche de los
cuchillos largos» (30 de junio de 1934). Von Papen se libró de la quema
gracias a la protección del mariscal Von Hindenburg, todavía presidente
del Reich; pero por las dudas se aprestó a dimitir de su cargo de
vicecanciller, se fue a Viena como embajador y más tarde siguió
sirviendo a Hitler en Ankara. Con el mariscal Von Hindenburg
El
2 de agosto de 1934 murió el anciano Paul von Hindenburg, presidente
del Reich, y Hitler, gracias a una ley promulgada en el mismo instante
por él, se convirtió en jefe supremo del Estado, unificó ambos
ministerios (Estado y cancillería) y el ejército juró fidelidad al
«Führer y canciller Adolf Hitler». En ese momento las SS contaban con
más de cien mil hombres dirigidos por un ex agricultor fanático que,
según algunos, superó en temeridad al propio Führer: Himmler. El III Reich Bajo
la finta del culto al deber y la jerga prusiana, el nuevo Estado
reflejaba los rasgos de su creador: eficaz, pero desordenado, enérgico y
centralizado. Hitler fue fiel a sus costumbres vienesas: se levantaba a
las doce, y amparado por un gran número de secretarios privados con
rango ministerial que filtraban a sus visitantes, recibía sólo a quien
le apetecía y sólo por un par de minutos. Su vitalidad aparecía durante
la noche, cuando su terror a la soledad le conducía a mantener extensos
monólogos hasta la madrugada. No existían reuniones
de gobierno. Las leyes se promulgaban mediante sus escuetas órdenes y
más tarde sólo bastaría con una observación caprichosa. Sus
incondicionales anotaban todas sus ocurrencias espontáneas y las
transmitían a la nación como órdenes del Führer. Existe una anécdota a
este respecto que, fundada o no, resulta sin duda ilustrativa: Hitler
dice a sus acompañantes, frente a la iglesia de San Mateo de Munich, que
la próxima vez no quiere ver esa pila de piedras. Él se refería a un
montón de adoquines que estaban apilados cerca de la entrada, pero su
observación se interpreta como una alusión a la iglesia y ésta es
demolida sin más al día siguiente. Así funcionaban
los mecanismos de gobierno de una nación de setenta millones de
habitantes, y a pesar de todo, funcionaban; gracias a su intuición, a su
olfato, a su elección sistemática de soluciones viables. Su política
social surtía un efecto extraordinario sobre las masas. Ordenaba obras
que, según él, contraponían al «socialismo teórico» el «socialismo de
los hechos»: préstamos «al matrimonio» que impulsaban la creación de
nuevas familias; protección y descanso a las madres; envío masivo de
niños (el primer año 370.000) a colonias de vacaciones; casas-cuna,
guarderías; obras con denominaciones tan extrañas como «de socorro
invernal», «del hogar», «fortaleza mediante la alegría» y campañas con
títulos como «buena iluminación», «zonas verdes en la empresa»,
«educación popular», «departamento del ocio», o «belleza del trabajo»,
todas ellas pensadas con una estratégica visión de futuro y para un
pueblo que salía de la miseria. Entre tanto, Himmler
recluía a medio millón de personas en los veinte campos de concentración
y los ciento sesenta campos de trabajo, y eso sin incluir a los
millones de judíos, polacos, prisioneros de guerra soviéticos,
sospechosos de semitismo y subversivos que pasaron por los campos y
perecieron en las cámaras de gas o fueron aniquilados por el trabajo.
Primero de forma clandestina, luego más abierta, el exterminio respondía
a los objetivos expuestos en Mein Kampf. Y también su política
exterior; como Mussolini, Hitler ayudó a Franco en su lucha contra la
república. Luego camufló, con el nombre de «lucha contra el
bolchevismo», la alianza con los dictadores. Al adherirse Japón, pudo
amenazar la retaguardia de la Unión Soviética, que, con Francia, eran
sus mayores amenazas. Hitler y Mussolini
A
fines de 1937 decidió reunir todos los países de lengua alemana antes
de que las potencias occidentales acabasen de rearmarse. Ante la alarma
del ala más conservadora del ejército, hostil a las SS, se deshizo de
Blomberg, Von Neurath y destituyó al comandante en jefe de la Wehrmacht,
Von Fritsch, acusándolo de homosexual, y al jefe del estado mayor Beck,
asumiendo él mismo el mando. Seguro de la adhesión
del Duce, en marzo de 1938 se apoderó de Austria. En septiembre, con el
miedo a la guerra a su favor y el anticomunismo occidental, obtuvo la
firma del Acuerdo de Munich, con lo cual ganó una cuarta parte de
Checoslovaquia. El 15 de marzo de 1939, ya organizada la secesión
eslovaca, puso bajo su protección a Bohemia-Moravia y ocupó Memel. A
partir de abril reclamó los distritos alemanes de Polonia, reforzó su
alianza con Italia mediante el Pacto de Acero del 22 de mayo y firmó el
Pacto de Neutralidad germano-soviética. El 1 de septiembre invadió
Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial. Adiós a Berlín La
dominación de Hitler se extendió pronto por toda Europa. El 22 de junio
de 1941 atacó la Unión Soviética y el fracaso frente a Moscú lo condujo
a tomar él mismo el mando del ejército de tierra. Aún a fines de 1942
su empresa era exitosa. Ese año ya se había anunciado, aunque
veladamente, la «solución final a la cuestión judía», y se sucedían los
asesinatos masivos de judíos en toda Europa. En Polonia se acaban de
construir nuevos campos: Auschwitz-Birkenau, Chelmno, Majdanek,
Treblinka, Sobibor, Belzec. Incluidos los judíos rusos, los cálculos
menos pesimistas estiman las víctimas en más de cuatro millones. El
10 de septiembre se había conseguido la expansión máxima de los
alemanes en la Unión Soviética. La guerra se vio estancada y el
adversario obligó a Alemania a defenderse. En noviembre las fuerzas
aliadas desembarcaban en Marruecos y Argelia, y en enero de 1943 la
Conferencia Angloamericana de Casablanca exigía la capitulación
incondicional. Un mes después, el ejército alemán debía rendirse en
Stalingrado. Goebbels declaró entonces la «guerra total». Durante
los meses siguientes, sin embargo, el poder alemán fue decayendo
abrumado por diferentes acontecimientos. En abril y mayo la resistencia
se rebeló en el gueto de Varsovia y el Afrika-Korps italo-germano
capituló en Túnez. En julio los aliados entraron en la fase de
bombardeos masivos sobre Hamburgo y destruyeron gran parte de la ciudad;
el día 10 los ingleses y norteamericanos desembarcaron en Sicilia y el
25 cayó Mussolini. Italia declaró entonces la guerra a Alemania. El 1 de
diciembre Roosevelt, Churchill y Stalin, reunidos en la Conferencia de
Teherán, plantearon la conveniencia de desmembrar Alemania. En junio de
1944 los aliados desembarcaron en Normandía. Tras el atentado de Rastenburg (julio de 1944)
Hitler,
acosado, sufrió además un atentado planeado por un grupo de oficiales
cuando se encontraba en su cuartel general de Rastenburg (Prusia
Oriental) y resultó con heridas leves. En venganza, hizo ajusticiar por
lo menos a doscientos resistentes de la élite político-militar, y Kluge y
Rommel se suicidaron. El 25 de septiembre hizo un llamamiento a las
fuerzas populares como último intento de resguardar «el imperio».
Desgastado por las derrotas, ya era sólo un enfermo mental. No obstante,
creía todavía en el triunfo mediante las armas secretas en preparación y
aun supervisó la última ofensiva alemana en las Ardenas. Luego regresó
al búnker de la cancillería. En abril de 1945 Adolf
Hitler, totalmente aislado, salvo una ya reducida corte de aduladores y
su amante Eva Braun y Goebbels, contempló cómo sus otrora fieles
servidores intentaban abandonarlo: Göring, que trataba de acelerar el
inevitable final; Himmler, que incluso intentó contactar con el
enemigo... Fiel a sí mismo, como expresó en 1939, jamás pronunciaría la
palabra «capitulación». El día 13 brindó con Göring por la muerte de su
despreciado Roosevelt. El 20 volvió a brindar con sus pocos adeptos por
su quincuagésimo sexto aniversario. Las tropas rusas, mientras tanto,
proseguían su inexorable avance hacia Berlín. En la
madrugada del 29 de abril ordenó que se presentase ante él un
funcionario del registro civil y contrajo enlace con Eva Braun, su «fiel
alumna» que había conocido cuando era empleada de la tienda de
Hoffmann, su fotógrafo, en 1932, pocos meses después de que su primer
amor, Geli Raubal, la hija de su hermanastro, se suicidara en el
domicilio particular de Hitler en Munich. Hitler y Eva Braun ya tenían
previsto quitarse la vida cuando decidieron su unión. El Führer acababa
de recibir hacía unas horas la noticia de la ejecución de Benito
Mussolini frente al lago Como. Luego había ordenado que envenenasen a
Blondi, su pastor alemán. Al acabar la ceremonia dictó testamento
político nombrando al almirante Dönitz como su sucesor. Al día
siguiente, hacia las tres de la tarde se oyeron dos disparos: Hitler y
Eva Braun habían muerto. Hitler hacia el final de la guerra
Mientras
los dos cadáveres eran consumidos por las llamas en el jardín del
búnker, Bormann comunicó por radio a Dönitz que Hitler lo había
designado su sucesor, pero ocultó la muerte del Führer aún veinticuatro
horas más. En ese lapso, él y Goebbels intentaron una nueva negociación
con los soviéticos; pero fue un esfuerzo inútil. Entonces telegrafiaron
otra vez a Dönitz comunicándole la muerte. La noticia se dio por la
radio el 1 de mayo con fondo de Wagner y Bruckner, dando a entender que
el Führer había sido un héroe que había caído luchando hasta el fin
contra el bolchevismo. Esa noche se llevó a cabo una huida masiva y
fueron muchos los que lograron fugarse de Berlín. Goebbels prefirió
envenenar a sus hijos, luego mató a su mujer de un balazo y se suicidó
de un tiro. El 7 de mayo de 1945 se firmó la capitulación en Reims y el
día 9 se repitió la firma en Berlín. Ese mismo día se suspendieron todas
las hostilidades en los frentes europeos. El III Reich había
sobrevivido a su creador exactamente siete días.
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